Page 182 - Brindando sobre los escombros - La dirigencia judía y los atentados: entre la denuncia y el encubrimiento - Edición del autor, (c) 2012 - 2024 Horacio Lutzky
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—además— nunca probadas, es la mejor manera de condenar
a esos ochenta y cinco crímenes a la impunidad más absoluta,
consecuencia directa de ilusionarse con promesas del
oportunismo político gobernante.
Como si no se pudieran hacer dos cosas a la vez, investigar el
encubrimiento sería «renunciar a la centralidad del hecho».
En el mismo diario Perfil tuvo lugar una soterrada polémica que dejó
fuera del periódico a la periodista Miriam Lewin. Eliaschev, quien
compartía las contratapas del suplemento El Observador con Lewin,
había escrito una nota titulada «Ser Beraja», criticando la indebida
prolongación de la detención del exdirigente, que no se encontraba
condenado por la justicia. Días después, el 15 de octubre de 2005,
murieron treinta y tres presos en un incendio en el Penal de Magdalena
—casi todos procesados sin condena—, ante lo cual Lewin escribió una
nota que tituló «Ser preso», donde decía que en este país había presos
de dos categorías: los que estaban en instalaciones preferenciales en
Figueroa Alcorta, al lado de María Julia, que tenían acceso a los mejores
abogados, a los columnistas de los medios, a la televisión, y los otros,
los pobres, los invisibles, los que eran tachados de violentos cuando se
rebelaban por las condiciones inhumanas en las que vivían, que eran
los treinta y tres jóvenes muertos en Magdalena. Días después de la
publicación de la nota de Lewin, que no mencionaba expresamente a
Beraja, la animadversión creada en el periódico contra la periodista
determinó que se le comunicara que dejaba de colaborar con el medio.
El 24 de septiembre de 2006, tras un primer procesamiento a los
partícipes del encubrimiento (ratificado luego por la Cámara de
Apelaciones), Eliaschev escribió en Perfil, en idéntica línea argumental a
la sustentada por la DAIA:
La indómita Justicia argentina ratifica, en la persona del
juez Ariel O. Lijo, que no le teme al ridículo. De modo que ha
procesado a la DAIA, un cuerpo colegiado que a través de
su presidente de aquel entonces, 1994, resulta imputado de
situaciones que ahora son mencionadas como «delictivas».
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