Page 117 - Brindando sobre los escombros - La dirigencia judía y los atentados: entre la denuncia y el encubrimiento - Edición del autor, (c) 2012 - 2024 Horacio Lutzky
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el presidente de la Cámara de Diputados Alberto Pierri, calificaría al

        periodista de «judío piojoso»).

          El poderoso Jorge Antonio —cuyo verdadero apellido de origen era

        Antún Squen— no era ajeno a la trama íntima del gobierno de entonces,

        y su estrategia e ideología tenían raíces muy profundas e intereses
        económicos que lo ligaban hacía ya muchos años a traficantes como Al

        Kassar, por un lado, y a la protección de criminales de guerra nazis en la

        Argentina, por el otro. Al Kassar llegó a la Argentina en los años setenta
        de la mano de Jorge Antonio, quien le posibilitó convertirse en proveedor

        de armas de Montoneros y el comienzo de un activo intercambio que

        incluyó la visita de oficiales montoneros a Yabrud. Cuando pisó por

        primera vez tierra argentina en 1973, Al Kassar fue recibido en Ezeiza

        por su amigo Jorge Antonio. En aquella oportunidad, además de visitar
        a unas tías en Córdoba, Al Kassar fue a la Rioja para visitar a la familia

        Yoma, los viejos vecinos de su familia en el pueblo natal, Yabrud.                     [38]

          La voz de Jorge Antonio expresaba, ahora públicamente, la irritación
        de un poderoso grupo de poder frente a las «interferencias judías»,

        merecedoras de un gran escarmiento.

          Mucho antes, Antonio había sido el testaferro del nazismo alemán

        para lavar dinero y esconder fortunas en la Argentina, en particular para

        las empresas alemanas que precisaban sacar con urgencia su capital
        ante la derrota en la Segunda Guerra Mundial. Paralelamente llegó a ser

        hombre de confianza de Juan Domingo Perón, poniendo dinero y medios

        materiales a su disposición y financiando actividades del movimiento
        peronista, con fondos de dudoso origen. Los industriales alemanes

        exigieron, como contrapartida por las maquinarias y los técnicos que

        aportarían, que el gobierno guareciera a nazis y criminales de guerra en

        la Argentina, encubiertos como «expertos». Un director de Daimler-Benz

        le entregó personalmente a Antonio unas listas con los nombres de las
        personas que debía contratar en su fábrica —Mercedes-Benz Argentina—,

        entre ellos el del criminal de guerra Adolf Eichmann.  El lugarteniente
                                                                               [39]



           [38]  Jorge Lanata y Joe Goldman, Cortinas de humo, Buenos Aires, Planeta, 1994.

           [39]  Gaby Weber, La conexión alemana. El lavado del dinero nazi en Argentina, Buenos
             Aires, Edhasa, 2005.



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